
21 de agosto SAN SIDONIO APOLINAR, Obispo de Clermont
San Sidonio Apolinar obispo de Clermont (Francia). Hombre instruido en todos los ramos del saber y el más versado de su tiempo en las literaturas latina y griega; se relacionó con varones tan eminentes como Claudiano, los Santos Mamerto, Salviano, Avito, Probo. Al enviudar, le nombraron obispo, hacia 462, dedicándose desde aquel día a convertir a los gentiles y bárbaros invasores, sin descuidar las letras. Nos han llegado de él veinticuatro poemas y nueve libros de cartas. En los primeros canta en versos fáciles, líricos y llenos de reminiscencias clásicas a los emperadores Avito, Mayorino y Antemio. Murió en Clermont por los años de 489.
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Hijo de un prefecto del pretorio, desde 461 a 465 llevo en Auvernia una vida de gran propietario con su esposa y sus tres hijos. Fue prefecto de Roma y patricio. Elegido obispo de Clermont (471 o 472), defendio Auvernia contra los visigodos. Escribio 24 poemas y 147 cartas, que constituyen una importante para la historia del s. V. (Lyon, 431 o 432-Clermont-Ferrand, 487 o 489)
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Nació en Lyon, Francia, y procedía de una ilustre familia. Se llegó a erigir una estatua suya en el Foro y fue nombrado patricio. Se casó con Papianila, hija del emperador Avito. Por unos años, disfrutó de todos los honores y lujos, en compañía de su mujer y sus dos hijos.
Todo terminó cuando los bárbaros asaltaron la ciudad. En ese tiempo, Sidonio había sido nombrado gobernador y obispo. Tras un largo asedio, se rindió la ciudad y Sidonio, el hombre refinado por excelencia, tuvo que alimentarse a base de hierbas y carne de gato para sobrevivir. Pero al menos, él que hasta entonces era más bien tibio, se convirtió en un pastor ejemplar. Soportó mil persecuciones para preservar a su pueblo de las herejías del invasor. Su amor por los pobres era tal que donaba sus muebles y vajilla a los más necesitados.
Al parecer, murió prematuramente a causa de los muchos sufrimientos. Hoy día se le conoce también como uno de los mejores escritores de su tiempo.
Todo terminó cuando los bárbaros asaltaron la ciudad. En ese tiempo, Sidonio había sido nombrado gobernador y obispo. Tras un largo asedio, se rindió la ciudad y Sidonio, el hombre refinado por excelencia, tuvo que alimentarse a base de hierbas y carne de gato para sobrevivir. Pero al menos, él que hasta entonces era más bien tibio, se convirtió en un pastor ejemplar. Soportó mil persecuciones para preservar a su pueblo de las herejías del invasor. Su amor por los pobres era tal que donaba sus muebles y vajilla a los más necesitados.
Al parecer, murió prematuramente a causa de los muchos sufrimientos. Hoy día se le conoce también como uno de los mejores escritores de su tiempo.
San Apolinar Sidonio - Su nombre completo es Cayo Sollio Modesto Apolinar Sidonio. Según él mismo atestigua en el poema 20, n. en Lyon el 5 nov. 430, de una familia opulenta. Su abuelo Apolinar había sido prefecto de las Galias y el primero de la familia que abrazó el cristianismo. Su padre fue tribuno y secretario de Estado con Honorio y prefecto de las Galias con Valentiniano 11. Su madre descendía de una de las más nobles familias de la Auvernia.
Siendo niño fue confiado a los mejores maestros de la época. Estudió poesía, filosofía, matemáticas, astronomía, música y la lengua griega, que llegó a dominar a la perfección. Su condición social y sus dotes personales ponían a A. en condiciones de poder aspirar a las mayores dignidades del Imperio. A los 20 años se casó con Papianila, hija de Avito, que aportó como dote matrimonial las posesiones que los Avito tenían en la Auvernia. Cuando su suegro fue nombrado emperador (a. 455), A. le siguió a Roma y pronunció su panegírico. En recompensa su estatua, en bronce, fue colocada en el foro de Trajano. Avito fue depuesto 15 meses después recayendo la corona imperial sobre Mayoriano. Su panegírico corrió también a cargo de A., por lo que obtuvo altos cargos en la" corte y el título de conde. Al sucumbir Mayoriano fue alzado emperador Livio Severo (a. 461). A. se retiró a la Auvernia y dedicó su ingenio a la composición de Epístolas, de las que compuso nueve libros, en los que se refleja no sólo la triste condición de la sociedad de aquellos tiempos, sino también toda su personalidad «como un rostro se refleja en el espejo» (cfr. Epístolas 4, 2, 2; 8, 5, l; 9, 15, l). Su modelo en las cartas fue Plinio. Al ser asesinado Severo (a. 465), el nuevo emperador Antemio llamó a A. a Roma (a. 467). El poeta compuso otro panegírico en su honor, más acicalado y elocuente, si cabe, que los anteriores. Fue nombrado por ello prefecto de Roma, y honrado con la dignidad de patricio y de pretor.
Pero Antemio murió asesinado en julio del 472 y A. volvió a su tierra de la Galia, donde el pensamiento del triste destino de todos los que llegaban al ápice del poder produjo en él un cambio profundo. La vida disipada, la sed insaciable de dignidades, las preocupaciones humanas, fueron reemplazadas por la meditación cristiana del Evangelio y el ansia de servir al Señor cuyo imperio no tiene fin. La gracia de Dios lo fue disponiendo para otra dignidad espiritual en la que su alma distraída no había pensado nunca. Al morir Hiparchio, obispo de Clermont-Ferrand, el voto popular eligió a A. para sucederle en el episcopado (a. 472). Opuso humildemente su condición de lego y de casado, pero ello no fue óbice puesto que su esposa accedió piadosamente a separarse de él, y la Iglesia lo elevó de la silla curul a la cátedra del obispo. A. escribió entonces: «Una pesada carga ha sido impuesta a mi indignidad; me siento oprimido, debo enseñar antes de haber podido aprender; me veo constreñido a predicar el bien antes de haberío practicado; como un árbol estéril, yo no puedo ofrecer los frutos que son las buenas obras, yo no puedo presentar más que hojas, mis palabras» (Epístola 5, 3). Desde entonces A. fue el padre de los pobres y el amparo de los desvalidos. El rey visigodo Eurico, arriano furibundo, cayó sobre los campos de la Auvernia. Enterado de la oposición de A. y de su influencia en el Imperio romano lo encerró en el castillo de Livia, cerca de Carcasona. De allí lo sacó su amigo, el poeta León, dirigiéndose luego a Burdeos, donde Eurico tenía su corte. Su poesía ablandó al bárbaro Eurico, y pudo volver a Ciermont, donde pasó tranquilo con sus fieles los últimos años de su vida.
Tenía 52 años cuando, viendo que su vida llegaba al fin, pidió a sus allegados que lo llevaran a la iglesia, porque quería rendir a Dios su alma donde tantas veces había bebido las aguas de la vida. En su sepulcro hizo grabar su pueblo este epitafio: « ¡Oh vosotros, quienquiera que seáis, cuando vinierais aquí a rogar a Dios con lágrimas, deponed vuestra plegaria sobre este bendito sepulcro, e invocad a Sidonio, cuyo nombre es célebre en toda la tierra.» Al final del s. V, A. era tenido por un doctor insigne (cfr. Gennadio, De viris illustribus, 93).
Sus obras (PL 63) son nueve libros de Epístolas 24 poemas, entre los que destacan los referidos panegiy ricos y los epitalamios. La Iglesia celebra su fiesta el 23 de agosto.
Siendo niño fue confiado a los mejores maestros de la época. Estudió poesía, filosofía, matemáticas, astronomía, música y la lengua griega, que llegó a dominar a la perfección. Su condición social y sus dotes personales ponían a A. en condiciones de poder aspirar a las mayores dignidades del Imperio. A los 20 años se casó con Papianila, hija de Avito, que aportó como dote matrimonial las posesiones que los Avito tenían en la Auvernia. Cuando su suegro fue nombrado emperador (a. 455), A. le siguió a Roma y pronunció su panegírico. En recompensa su estatua, en bronce, fue colocada en el foro de Trajano. Avito fue depuesto 15 meses después recayendo la corona imperial sobre Mayoriano. Su panegírico corrió también a cargo de A., por lo que obtuvo altos cargos en la" corte y el título de conde. Al sucumbir Mayoriano fue alzado emperador Livio Severo (a. 461). A. se retiró a la Auvernia y dedicó su ingenio a la composición de Epístolas, de las que compuso nueve libros, en los que se refleja no sólo la triste condición de la sociedad de aquellos tiempos, sino también toda su personalidad «como un rostro se refleja en el espejo» (cfr. Epístolas 4, 2, 2; 8, 5, l; 9, 15, l). Su modelo en las cartas fue Plinio. Al ser asesinado Severo (a. 465), el nuevo emperador Antemio llamó a A. a Roma (a. 467). El poeta compuso otro panegírico en su honor, más acicalado y elocuente, si cabe, que los anteriores. Fue nombrado por ello prefecto de Roma, y honrado con la dignidad de patricio y de pretor.
Pero Antemio murió asesinado en julio del 472 y A. volvió a su tierra de la Galia, donde el pensamiento del triste destino de todos los que llegaban al ápice del poder produjo en él un cambio profundo. La vida disipada, la sed insaciable de dignidades, las preocupaciones humanas, fueron reemplazadas por la meditación cristiana del Evangelio y el ansia de servir al Señor cuyo imperio no tiene fin. La gracia de Dios lo fue disponiendo para otra dignidad espiritual en la que su alma distraída no había pensado nunca. Al morir Hiparchio, obispo de Clermont-Ferrand, el voto popular eligió a A. para sucederle en el episcopado (a. 472). Opuso humildemente su condición de lego y de casado, pero ello no fue óbice puesto que su esposa accedió piadosamente a separarse de él, y la Iglesia lo elevó de la silla curul a la cátedra del obispo. A. escribió entonces: «Una pesada carga ha sido impuesta a mi indignidad; me siento oprimido, debo enseñar antes de haber podido aprender; me veo constreñido a predicar el bien antes de haberío practicado; como un árbol estéril, yo no puedo ofrecer los frutos que son las buenas obras, yo no puedo presentar más que hojas, mis palabras» (Epístola 5, 3). Desde entonces A. fue el padre de los pobres y el amparo de los desvalidos. El rey visigodo Eurico, arriano furibundo, cayó sobre los campos de la Auvernia. Enterado de la oposición de A. y de su influencia en el Imperio romano lo encerró en el castillo de Livia, cerca de Carcasona. De allí lo sacó su amigo, el poeta León, dirigiéndose luego a Burdeos, donde Eurico tenía su corte. Su poesía ablandó al bárbaro Eurico, y pudo volver a Ciermont, donde pasó tranquilo con sus fieles los últimos años de su vida.
Tenía 52 años cuando, viendo que su vida llegaba al fin, pidió a sus allegados que lo llevaran a la iglesia, porque quería rendir a Dios su alma donde tantas veces había bebido las aguas de la vida. En su sepulcro hizo grabar su pueblo este epitafio: « ¡Oh vosotros, quienquiera que seáis, cuando vinierais aquí a rogar a Dios con lágrimas, deponed vuestra plegaria sobre este bendito sepulcro, e invocad a Sidonio, cuyo nombre es célebre en toda la tierra.» Al final del s. V, A. era tenido por un doctor insigne (cfr. Gennadio, De viris illustribus, 93).
Sus obras (PL 63) son nueve libros de Epístolas 24 poemas, entre los que destacan los referidos panegiy ricos y los epitalamios. La Iglesia celebra su fiesta el 23 de agosto.
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